Visita del gatito (privado Salazar y Calec)

Sus gemidos ahogados reververaban contra mi espina dorsal erizandome entero, pero no por ello dejé de prestar atención a sus palabras tímidas y que prácticamente me daban libertad para con su cuerpo. Se me dibujó una sonrisa cariñosa, y me recordé a mi mismo que esta era con seguridad su primera vez con un hombre.

Correspondí a su apasionado beso con las mismas ganas de el que el de mi. Aprendía muy rápido. Noté sus manos bajar a mis caderas pero no dije nada hasta que no me miro avergonzado tras frenar casi en seco el beso.

- podemos hablar tranquilamente sí lo deseas.- subí una de mis manos para acariciarle el pelo suavemente. Era una opción posible que ninguno de los dos parecíamos querer, pero se lo recordé por sí acaso.- o podemos jugar simplemente, sin ir más allá. Lo que tú quieras.

Calec consideró las ofertas de Salazar pero sabía bien que lo que realmente quería era continuar, así que intentó buscar la forma de pedírselo sin decirlo directamente.

-Creo..que preferiría...la tercera opción.-Dijo sin mirarlo a la cara y rojo como un tomate, refiriéndose al "ir más allá". Bajó un poco más las manos, que le temblaban nerviosamente, hasta llegar a su trasero.

Pareció ligeramente pensativo, como meditando lo que yo había dicho, pero en seguida su expresión pareció tornarse decidida aunque nerviosa. Ante sus palabras, entrecerré los ojos sin sabes muy bien a lo que se refería pero intuyendolo, pero me quedó muy claro cuando abarcó con sus dos manos mi trasero.

Solté una carcajada antes de sonreírle cariñosamente y bajar a besarle en su tremendo sonrojo, tierno a la par que excitante.
- Como desees-. Susurre contra sus labios, sin dejar de besarle tiernamente y sin poder evitar mi sonrisa complacida.

Con lentitud, queriendo torturarle placenteramente, bajé por su mandíbula hasta su pecho pasando por su cuello sin despegar mi boca de su carne. Comencé a desplegar mis mejores técnicas realizando excelentes giros con la lengua sobre su pezón izquierdo, mientras que el derecho recibía las atenciones de mi diestra mano.

Calec frunció el ceño ante la risa del ángel, las manos en el trasero de éste le temblaban terriblemente. Pero luego, se rindió sin poder evitarlo al beso de Salazar, hasta darse cuenta de que empezaba a bajar.

Se estremeció con un gemido, al sentir el contacto de la lengua del ángel. El gato mantenía los ojos y la boca cerrados para evitar un segundo gemido, había quitado las manos del lugar donde se encontraban, para colocarlos a ambos lados de su cuerpo, mientras apretaba los puños con fuerza. Decidió abrir los ojos, para mirar al ángel que había conseguido convertirlo en un gatito sumiso.

Olió el aroma de su cabello, el cual le tranquilizó un poco, se sentía bien con esa persona y no quería parar.

A ser sinceros tal y como los dioses pedían, el cuerpo del gato me sabía a gloria pura, a cielo abierto y a nata montada. Qué demonios, era lo más delicioso que había probado en siglos. Sus pequeños y rosados pezones recibían mis atenciones como quien recibe agua de mayo, anhelantes de proporcionarle al gatito lo que su cuerpo pedía y ávidos de placer con el que valerse para su propósito. Y yo me limitaba a cumplir sus deseos.

El temblor del pequeño, bajo el influjo de mi cuerpo sobre el suyo, no parecía mejorar con las caricias y el cariño, lo que es más, parecía ir a peor. Tan sólo había conseguido un gemido inicial, y luego, pequeños quejidos y suspiros. Por alguna extraña razón, no me regalaba su tierna voz convertida en volubles volutas de deseo que clamaran mi nombre. Comencé a fruncir ligeramente el ceño, mis mejores intentos quedaban en apenas nada… Y aunque yo estaba disfrutando, sobre todo quería que el tocase el paraíso.
Y sus manos, tensas, a los lados de su cuerpo, no me daban demasiada buena espina.

Por lo que, finalmente, deshice mi camino cuando me encontraba a la altura de su hundido ombligo, para volver a amar sus labios con cada milímetro de los míos.

- No sólo me gustan tus ojos-. Susurré, entre beso y beso, meditando sobre qué manera me parecía mejor provocarle esta vez. Opté por ser lo más suave posible, para no estropear demasiado el momento-. Me gustan tus garras, y tus colmillos. Me gustan tus gritos. Y tu caprichoso comportamiento. Quiero que me gruñas y que me lleves la contraria… no sólo fuera de la cama.

Mi sonrisa destilaba una diversión un tanto… poco santa, al tiempo que me retiraba de su cuerpo unos dos centímetros, los suficientes como para que el oxígeno lograra colarse entre ambos y marcar la diferencia respecto del ardiente calor anterior.

- Qué me dices, ¿Vas, o no, a complacerme y plantarme batalla?-. Me gustan los efebos, las peleas y la enseñanza. Y Calec me brindaba los tres sin siquiera proponérselo. Traté de ignorar mis propias pulsaciones, dolorosas por no tenerle a él cerca de mi, mientras esperaba su respuesta.

Jadeante y ligeramente sudoroso, era apenas nada con lo que tenía que llegarle de aquí a poco, y sin embargo se mostraba demasiado sexy con el pecho descubierto y los labios ligeramente enrojecidos por mi culpa. No me importaba que me marcase de pies a cabeza con sus uñas si todo él va a ser entero para mi. No pude evitar relamerme los labios, goloso ante la idea.

Calec frunció el ceño ante las palabras del ángel, desviando la mirada de él. Le estaba pidiendo que se resistiera y, a esas alturas, ya era un gatito sumiso, lo cual le enfureció aún más. Todo su cuerpo temblaba debido a la excitación y la vergüenza. Aquel tipo le había pedido que le llevara la contraria y, normalmente, no habría acatado las ordenes de nadie, ni si quiera aunque la petición fuese algo como eso, pero deseaba hacerle algo de daño, aunque sólo fuese por un mínimo de orgullo. Así que se incorporó un poco, estando prácticamente pegado al pecho de Salazar.

Al verse en esa posición, Calec decidió tomar las riendas por un momento, olfateó el aroma del ángel justo antes de rodear el torso de éste con sus brazos, colocando sus manos y sus afiladas garras en la espalda del ángel, la cual arañaba mientras, con su lengua, recorría el pecho desnudo de Salazar. Entonces clavó las uñas donde antes solo estaban arañando, mientras con su boca, se entretenía en juguetear con sus pezones.

-Espero no hacerte daño.-Comentó sarcásticamente, sin separar sus labios del cuerpo del ángel. Apartó una de sus manos del lugar donde se encontraba, sin dejar de clavar sus uñas con la otra, para pasarla por el cuello de Salazar y atraerlo hacia si otorgándole un beso apasionado, puede que incluso airado, moviendo su lengua de forma caótica dentro de la boca del ángel, deseando cada vez más. Definitivamente el gatito había perdido el norte, ya sólo respondía a sus impulsos, y estos no eran más que violentos y sexuales.

Tras fruncir el ceño como si la idea no le hiciese gracia, me desvió la mirada, y ladeé suavemente la cabeza. ¿Por dónde me saldría ahora mi pequeña preciosidad? Parecía furioso, y eso me gustaba. Me gustaban sus orejas erizadas y sus rebeldes mechones de cabello; pero sobre todo era esa chispa entre la vergüenza y la pasión lo que me gustaba. Esa, que temblaba en sus pupilas aún más que él mismo entre mis brazos. Esa, que podía llegar a ser algo más. Mucho más.

Me olfateó, algo que en una situación fuera de este contexto me hubiese hecho reír; y acto seguido atacó suavemente. Como si en realidad no lo deseara. O… ¿Como si lo que deseara fuese no hacerme daño? Qué delicia, qué suavidad, qué tiento y qué cuidado. Que amor de chiquillo. Eso sí, no negaré que sus uñas estaban muy afiladas.
Dios sabe que lo están.

Siseé, mientras sentía el placer recorrerme al mismo ritmo que los lentos y casi inexistentes rastros de mi sangre comienzan a surgir a su paso. Sí, era el mismo placer que antes, la misma dualidad dolor-sensualidad. Y súmale que jugaba con mis pezones igual que yo jugué con los suyos. Ese chico jugaba duro, y aprendía rápido. Cuando clavó las uñas, ni quise evitar, ni evité; un gemido en su honor, realzándolo al tiempo que salía por mi boca echando la cabeza hacia atrás. Para que supiese cuanto me gustaba. Para que no se detuviese.

No quise obviar del todo su ácido comentario, pero me tomó sin contemplaciones del cuello, casi invadiendo mi boca con su lengua. Incendié sus labios con el mismo fuego que él repartía en los míos añadiéndole dulzura y cariño, al tiempo que gruñía suavemente. Tal y como estaba agarrado a mi, si yo me movía, él me seguía, por lo que una de mis terribles y perversas ideas comenzó a materializarse para obrar su perdición.

Me incorporé para quedar sentado con él clavado a mi pecho, sin dejarle abandonarme ni por un solo milímetro; pero acabé por concederle que respirara tras el fervoroso beso, que prendería fuego al mismísimo diablo. Mientras el aire recuperaba el terreno que yo le había arrebatado en sus pulmones, hablé jadeante.
- Mucho mejor, pequeño, mucho mejor... Grita, gruñe, araña y muerde. Es tu naturaleza, ¿no? Pero sobre todo, disfruta-. Digamos que ése último “disfruta” fue pronunciado de una manera un tanto más acentuada hacia la senda del placer.

Mientras hablaba había ido subiendo mis manos por sus piernas aún enfundadas en su pantalón, acomodándole con ternura para que no se hiciera daño. Cuando llegué a sus muslos estaba terminando de hablar y las caricias no eran tan sólo eso, y cuando su realzado traserito estuvo acomodado entre mis diez dedos no tuve que pensarlo dos veces. No tuve que pensarlo, directamente.

Le tomé igual que él había tomado antes mi cuello, y armonicé cadera contra cadera rozando peligrosamente nuestras entrepiernas. No desocupé mi boca, pero tampoco ocupé la suya por si quería responderme, y por ello comencé a acariciarle el cuello con la lengua, devotamente.

Calec se vio de nuevo siendo volteado, pero esta vez para acabar sentado sobre Salazar. Relajó las uñas ante sus palabras, sobre todo..ante aquel último "disfruta", su cara se tornó furiosa mientras notaba como el ángel recorría sus piernas.
Un fuerte gemido se escapó de sus labios al sentir el contacto de sus miembros , a la par que el de la lengua del ángel recorriendo su cuello, con sus brazos rodeó a Salazar, clavándole de nuevo las uñas en la parte superior de la espalda.

-Sa... Mal'akh.-Dijo con la respiración entrecortada en un gemido, era la primera vez que decía su nombre de pila en voz alta, aún así fingió no darle importancia en su interior, aunque sabía que eso significaba algo.

El gato se encontraba ya absolutamente deseoso de Salazar y aquel último roce a su erección no había hecho más que empeorar su estado.

Se separó un poco del ángel, lo suficiente como para tener acceso a su torso, que recorrió lentamente con ambas manos hasta llegar al comienzo de su pantalón, que empezó a desabrochar tímida y torpemente, con la mirada desviada y las mejillas ardiendo. Las manos le temblaban tanto por los nervios que no era capaz ni de acertar a desabotonar el primero, así que apoyó la cabeza en el hombro del ángel, para que no pudiera ver como su rubor aumentaba, mientras seguía tratando de desabrochar el primer botón.

No era capaz de comprenderlo...en un momento, era él quien guiaba y, con una simple caricia de aquel tipo, se desarmaba y volvía a ser aquel sumiso gatito.

Un gemido mucho más alto comparado a los que ya me tenía acostumbrado este pequeño gatito armado de uñas, recorrió la caldeada atmósfera sólo para echarle más leña al fuego que ya ardía entre nosotros. Ni el mismísimo Dios padre podría parar esto, aunque se me acuse de blasfemia.
Cuando clavó de nuevo sus uñas en mí, volví a sisear, pero esta vez se asemejó mucho más al placer que a la sombra del dolor. Me gustaba mucho este lindo gatito, y si seguía tal y como iba ahora, me gustaría mucho más.

Y mi nombre. Mi nombre en sus labios. Los nombres tienen poder, designan el alma de las cosas que los poseen. Y él pronunciaba a la perfección el mío, como si sólo su boca tuviese el poder de llamarme, de evocarme, de hacerme temblar ante su llamada, de excitarme. Hasta entonces, no pensé que su tierna voz pudiese pronunciar algo de una manera tan,... excitante.

Dejé que se separara de mi ligeramente, aunque hube de interrumpir mis caricias sobre su cuello, y me dediqué a observarle con tremenda dulzura. Esa belleza, subida a mis caderas, me pertenecería sólo a mi. Era un pensamiento al azar, que había pasado como las estrellas fugaces en mi mente, pero que supe enseguida que se quedaría ahí por muuucho mucho tiempo. Sólo mio. Sólo mi nombre en sus labios. Yo sería su dueño y su mascota, sería lo que quisiera, pero él sería sólo mio.

Sus leves manos sobre mi ancho torso, adorandolo, acariciandolo con suavidad; bajaron peligrosamente hacia mi pantalón, tratando de desabrocharlo. Dejé que lo hiciera a su ritmo, dando gracias a mi vez por usar pijamas a lo antiguo y que estos tuvieran botones. Así, podría deleitarme con su tierno rubor y su dulce temblor. Era, como ya he dicho, lo más mono que había visto en siglos.

Apoyó su cabeza en mi hombro para obtener una buena visión del maldito botón, y yo, sin querer intervenir en una de las tareas que un hombre ha de aprender a hacer sólo, dirigí mi vista a un movimiento que me llamó la atención.

Santo Dios, su cola. Hasta ahora, a pesar de saber que la tenía -puesto que en su primera huida tuve tiempo de verla sobradamente- su existencia se me había olvidado. Cómo, oh señor, pudo olvidarseme tal cosa. Con un brillo de extrema diversión en la mirada, quise averiguar si lo que pasaba con los gatos, pasaba con los hombres gatos.

Con lentitud, concienzudamente, poniendo cuidado con cada milímetro que acariciaba; bajé desde sus dos orejas hasta la punta de su cola con una mano. Dios, ¿Cómo reaccionaría? ¿Qué le haría sentir? ¿Qué más secretos podía esconder su cuerpo gatuno que aún me estaban vedados?

- Calec... -. Susurré, aún atento a su trabajo con los pequeños botones de mi pijama-. Puedes destrozar la ropa si quieres, a mi no me importa lo más mínimo

El botón seguía resistiéndose cuando Salazar comenzó a acariciarle, lo cual hizo que Calec escondiese aún más la cara en su hombro, cuando llegó a su cola, al principio lo incomodó levemente, pero a medida que iba recorriéndola con cuidado, Calec se iba relajando más y más hasta que se le escapó un ronroneo sin percatarse.

Frotó su rostro contra el cuello del ángel mientras continuaba con su ronroneo, sus manos seguían sobre el botón que se resistía, pero ya no estaba en la labor de desabotonarlo y cuando Salazar le dio permiso para romperlo, lo vio claro.

-Espero que no te importe.-Susurró en su oreja, casi besándola y, con una de sus afiladas garras, rasgó la bragueta del pantalón. Movió el rabo con alegría al ver su objetivo cumplido y lamió de abajo a arriba el cuello del ángel una sola vez antes de mirarlo con picardía, aunque tímido.

No sabía exactamente qué me ocurría, estaba saturado de su aroma y sus garras, su lindeza y sus maneras ariscas. Mi curiosidad por su raza se mezclaba peligrosamente con mi excitación, y no podía esperar a ver el efecto que mi larga caricia por todo su cuerpo. No tuve que esperar mucho. De hecho, creo que no llegué a terminar susodicha caricia. Ronroneó.

No tengo más palabras para describir lo que ocurrió. Ronroneó. Comenzó a ronronear como un gato complacido frente al fuego del hogar, tras beberse su tazón de leche. Ronroneó para mi, y por mí. Ronroneó porque yo, en el fondo de mi alma, lo había deseado. Y él ni siquiera parecía haberse dado cuenta de lo que había comenzado a hacer en mí con gesto tal, que para él, sería incluso trivial.

Escondió su linda faz contra mi cuello, al tiempo que la frotaba como si... ¿pidiese más? Y... Sus manos sobre los botones de mi pantalón... Es decir, directamente sobre mi entrepierna; ya no tenían como misión desabrochar la prenda. Se limitaban a... acariciarme. Dios. Si esto no es el paraíso, quiero que lo sea. Y sabía que ibamos a ir a más, pero aquello era el paraiso, seriamente.
Sus húmedos labios, su entrecortada respiración contra mi oreja, sumado a lo anterior me hicieron tragar con fuerza para poder seguir existiendo siquiera.

Reconocía los sonidos que había articulado para mi, e incluso sabía qué significado se les atribuían, pero simplemente no podía entender otro lenguaje que no fuese el de su cuerpo. Su garra en la frágil tela hizo estragos, y su colita se movió alegre de liberar mi erección de la presión ejercida. Gemí, suavemente, apenas nada. No podía hacer más. Pero, debía de hacerlo. Miré su carita, llena de picardía tras lamerme una sola vez el cuello, y las comisuras se me levantaron solas para componer mi mejor media sonrisa.

- ¿No te oyes? ¿No ves... lo que haces? Me vuelves loco. Juro por el frío celestial de mi sangre, de que antes de que se ponga el sol sabrás hasta qué punto me haces desearte. Juro que conocerás el significado de la palabra placer. Sabrás por qué has venido a verme, y sabrás por qué te esperaba-. Mi mirada estaba clavada en sus ojos, mientras me mordía el labio nerviosamente. Ya me parecía que hacía demasiado tiempo que no le besaba-. Ven aqui, pequeño, has firmado tu salvación.

Le tomé de la barbilla con cuidado, pero no tuve el mismo tiempo al buscar sus labios como un sediento que busca agua en pleno desierto. Con la otra, repetí el gesto de acariciarle el lomo cuidadosamente, queriendo que no dejase de ronronear. Pero ya no podía esperar más, no podría soportarlo por demasiado tiempo. Necesitaba verle desnudo. No. Quería verle desnudo.

Volví a tumbarnos yo sobre él, y sin despegar ni por tan sólo un milímetro mis labios de su piel, bajé por su pecho -parada obligatoria en ambos pezones- y bajé hasta sus caderas -con un affaire con su ombligo-. Mi necesidad se tornaba acuciante, por lo que me obligué a mi mismo a ser más caballeroso. Sus pantalones tenían un botón algo más grande, nada del otro mundo. Hábilmente, con la lengua, desabroché el botón y le bajé la cremallera, liberandole a él de la presión en pago a que él había hecho lo mismo conmigo.

Mirándole ligeramente sonrojado por el éxtasis de la excitación, lamí lentamente su miembro viril a pesar de que quedaba la tela de su bóxer por mitad. Notaría el calor de mi lengua, así como la estela de humedad de mi respiración. Si eso no le hacía gemir como nunca antes en su vida, cuando llegase a la penetración acabaría muriendose del placer.

El rostro de Calec se calentó terriblemente al oír aquellas palabras, ese ángel era perverso, cada vez que le decía algo así su corazón daba un vuelco y sólo deseaba tocarle más y más. Volvió a ronronear inconscientemente ante las caricias de Salazar y, de nuevo, fue tumbado, empezaba a molestarle que lo meneasen de una posición a otra constantemente, aunque en realidad ya le daba igual, pero su mente cabezona seguía colando ese tipo de pensamientos entre los tantos que la ocupaban y que intentaba ahogar, deseos de que aquel ser no parase, pensamientos que le decían que amaba a ese ángel.

Cada beso que el ángel daba en cada centímetro de su piel hacían estremecer a Calec y aumentar su excitación, si es que era eso posible, era consciente del camino que estaba recorriendo el ángel y su respiración se agitaba cada vez más, miró como Salazar dejaba al aire su propia ropa interior, intentó pedirle que parara pero finalmente no pudo frenar el gemido que surgió de sus labios en el momento que Salazar lamió por encima de sus boxer. Cada vez quería más y era consciente de ello, lo cual lo enfureció consigo mismo y descargó su rabia contra el ángel, al menos un poco.

-M-maldito...ángel pervertido...-Dijo, intentando controlar sus gemidos, con las manos posadas sobre la cabeza del ángel, pero simplemente rozándola.-¿Cómo te atreves?

No quise perderme, ni me perdí, ni uno sólo de los gestos que me regaló tras ser presa de mi acción. Justo antes, me había dado tiempo a ver cómo sus labios intentaban moverse. ¿Tal vez pidiendome que parase? ¿Que no parase? ¿Más? ¿Detente? Qué mas daba. No pronunció nada, y yo lo hice. Justo después, gimió. Gimió ronroneando. Gimió al tiempo que ronroneaba.

Oh, gatito. No escaparás. Mío. Sólo mío. Me encontraba totalmente subyugado a sus respuestas, maravillado por su personalidad y fascinado por sus habilidades felinas. Quería aprenderlo todo de él, saberlo todo de él. Y que él me lo permitiera, por supuesto. En su mirada leía que él también se sentía atraido por mí. Pero yo no quería eso. Yo quería que me amara tanto como yo le amaba ya.

Sus manos, leves y ligeras contra mi cabeza, sugerían mucho más que esos gemidos que trataba de esconder; y al mismo tiempo me pesaban castigadoras. Mi media sonrisa pervertida desapareció, y fue sustituida por un suave pucherito, apenas nada. Supongo que la tristeza se arremolinó más en mis ojos; dado que mi boca no está hecha para cosas tristes o malas.

- Lo siento. Pensé que te gustaría... Yo... Lo siento, no volveré a repetirlo-. Me deslicé hacia arriba, rozando levísimamente nuestros torsos en apenas una fría caricia que no quería enojarle más. Deposité un beso en su mejilla, con la esperanza de que me perdonase antes-. En mi defensa alegaré que te... Te veo demasiado perfecto para dejarte andar por ahí sin ser mio. P-por eso trato de complacerte viendo más allá de donde tu dejas que los demás vean en ti. Pero si te molesta, puedo detenerme ahora mismo.

Suspiré, y para demostrar la veracidad de mis palabras, me separé de él aunque me doliese en mi fuero interno. Me pasé una mano por el pelo, revolviendomelo al tiempo que me sentaba respetuosamente alejado de él. Sus palabras habían sido directas, y rudas, era evidente que no le gustaba que yo fuera un chico y que me interesase por él.

- Yo... Sé que no... Debería comportarme así. En fín, no es como si pudiera pedirte que corrieses a mi cama tan sólo porque yo te quiero. No, sé que no puedo. Lo siento-. Volví a repetir, afligido. Maldita sea, de nuevo mi lengua se había adelantado al resto de actos.

Calec se arrepintió de sus palabras al ver su reacción, no quería que parara y se sorprendió a si mismo apenándose por haberle hecho sentir mal. Se estremeció ante el roce de sus cuerpos desnudos y se entristeció ante aquel beso en la mejilla, tenía ganas de abrazarlo. Más aún tras oír cómo le decía que era perfecto. Incluso unas lágrimas, que secó con rapidez, asomaron por sus grandes ojos al ver como se apartaba de él.

Se irguió, escuchando las últimas palabras que le brindaba y mirándole fijamente, como un gatito asustado, que no sabía qué estaba ocurriendo. Se quedó sentado en el sofá durante un rato, mirándole apenado, sin saber qué hacer o qué decir. Aunque, al fin y al cabo, ya se había dejado ver por completo, ya no había nada que no pudiese confesarle a él. Recordó todo lo que se le había estado pasando por la cabeza desde que conoció a Salazar hasta aquel momento, para elegir las mejores palabras para explicar lo que sentía.

-Tú...no has hecho nada que pudiera molestarme...-Dijo agachando la cabeza.-No digas cosas como...que me ves demasiado perfecto...no lo merezco.-Lo miró entonces con culpabilidad en el rostro, se levantó e intentó esbozar una sonrisa que no surgió, así que simplemente se abalanzó sobre él y lo abrazó, rodeando su cuello.-Yo quiero...-Hubo una larga pausa, estaba a punto de decir algo que nunca pensó que diría.-Quiero estar contigo...quiero ser tuyo.-Dijo avergonzado, sin dejar de abrazarle y escondiendo el rostro.-Y quiero que seas mío...-Añadió finalmente, justo antes de caer de rodillas ante el ángel, con la cabeza agachada.

No se me escapaba por el rabillo del ojo que se había erguido, quedando sentado mirándome a mi. Pero no quería mirarle a los ojos, no quería ver esa duda que siempre era la introducción de la apresurada despedida y la desmedida huida. No quería verle decirme con la mirada que para él yo no era nada. Antes la muerte.

Pero se quedó quieto, callado, sin decir nada. Creo que suspiré, y sé que pensé que mejor darle su tiempo para que pensase más fríamente. No tuve el valor suficiente, no fuí lo suficientemente ángel como para ser capaz de levantar la mirada y enfrentar a sus azules ojos.

Comencé a rezar por que fuese rápido, y no doliese demasiado; cuando su voz rompió el silencio igual que la campana de una iglesia rompe el sonido de la ciudad: de manera necesaria. Parecía que le costara encontrar las palabras necesarias, o exactas, pero levanté la mirada igualmente, y subí poco a poco por su cálida desnudez hasta sus rielantes pupilas. Madre del cordero hermoso, permíteme existir hasta el final de sus días.

Permanecí callado cuando quise debatirle que era perfecto, cuando ví que se levantaba, e incluso cuando se abalanzó a mi. No podía creerlo, me quedé sin palabras de la sorpresa. Así que, no hablaba en serio, ¿eh?
Finalmente, para mi alivio y delicia, para mi secreto deseo, confesó que quería ser mio tanto como quería que yo fuese suyo escondiendo su rostro en mí.

Lentamente, con los restos del miedo que me hacía creer que se alejaría de mi, posé una de mis manos sobre su cabeza. Temblaba. Yo, temblaba igual que él antes. ¿Así se sentía él? ¿Inseguro, temeroso de ser rechazado, y aún así con ganas de entregar su alma si fuera necesario?

- Calec, no hay cosa en el mundo más fácil que cumplir lo que me pides-. Le susurré, refiriendome a todo sin referirme a nada en particular-. Eres perfecto, al menos para mi. Y aunque dejaré que me lo discutas, no te daré nunca la razón. Eres tan tierno, tan dulce y cariñoso tras esa fachada de arrogante y pseudo agresivo, que para mi eres simplemente irresistible. Veo la bondad en tu corazón.

Hice una pequeña pausa, para que asimilara todo lo que le había dicho, con mis mejores sentimientos impregnados en la voz, y mi más absoluto cariño en las caricias sobre su pelo y orejas. Y sin embargo, mi sonrisa volvía a aparecer en mis labios, por lo que le levanté la mirada tirándole de la barbilla.

- Pero como se... te... ocurra... Ni. Una. Sóla. Vez. Más. Darme un susto de tal calibre, a los dioses pongo por testigos que no te salvas de un buen castigo-. Susurré, volviendo lentamente a mi tono ligeramente pervertido, pero aún así cariñoso. Me acerqué a sus labios relamiendome los mios, y le besé jugosamente, disfrutando de nuevo de su lengua y dando gracias por no haberla perdido, como había creído.

Le levanté y me levanté, acariciandole reconfortantemente los brazos, queriendo infundirle tanto cariño como fuese posible. Pero no podía evitar desear una pequeña venganza por ese casi infarto que me había dado.

- Y ahora, ¡CORRE A LA CAMA!-. Le dije, con una sonrisa terrible, casi bestial; al tiempo que desplegaba mis alas tras de mi y flexionaba las rodillas como si me dispusiera a perseguirlo sanguinariamente. Obviamente, todo pretexto o broma valía para llevarle a dominios más cómodos.

Calec escuchó con la cabeza gacha todas y cada una de las palabras que aquel ser le dirigía, molestándose un poco por su comentario sobre su fachada, pero aceptando que era cierto y que lo había calado enseguida.

Se relajó con las caricias del ángel y sonrió para sí, le gustaba el contacto con él, le hacía feliz poder estar con él, por primera vez era capaz de sentir algo así por alguien. Entonces notó como levantaba su barbilla y se vio obligado a mirarle fijamente a los ojos, se asustó un poco de aquellas palabras, ¿Qué clase de castigo? lo mejor sería portarse bien...

Aunque todo eso le dio igual al volver a sentir sus labios, su lengua, su respiración...se vio siendo levantado por el ángel y disfrutó del cariño que le brindaba. Hasta que la actitud de Salazar cambiara de repente, dirigiéndole unas palabras que le asustaron bastante por el tono empleado, prefería no desobedecerle, de alguna forma le infundía cierto temor aquel ángel perverso.

Dio un pequeño brinco hacia atrás al ver sus alas desplegadas y, aunque no le hacía gracia que le dieran órdenes, decidió obedecer con mala cara y fue caminando, no corriendo, pero con rapidez hacia la habitación de Salazar, no sin antes dirigirle una mirada de enfado.

Subió las escaleras, sujetándose los pantalones para que no se le cayeran, puesto que estaban desabrochados. Entró en la habitación de Salazar, molestándose por aquella decoración tan recargada y se tumbó en la cama hecho un ovillo, esperando a que el ángel lo siguiera hasta allí, con algo de miedo en su interior, por no saber lo qué le haría.

No hubo duda de que ciertamente se asustó ante mis palabras, pero es que mi tono era tan inflexible como el mandato de dios, dado que en parte, la voz de dios hablaba entre mis labios. No me era necesario recordarme que tenía que hacerle entender que tan sólo era un juego de sábanas, y nada más, porque no quería perderle por tonterías cualquiera.

Brincó hacia atrás, y sujetándose los pantalones pareció aceptar el decreto. Pero no corrió, simplemente andó con rapidez. No evité una carcajada cuando me miró enfadado en el marco de la puerta antes de continuar, y le dí ventaja antes de desplegar las alas sin temor a tirar nada. Pues nada material me importaba, no ahora. De una patada, lancé los pantalones a no me importa donde.

Salí tras de él, alas por delante, y un sabor salvaje en la boca. Apenas sí lo había perdido de vista y ya lo estaba echando de menos. Tenemos una muy larrrga noche por delante. De hecho, aún no era de noche, siquiera. Entré en la habitación justo a tiempo de verle enroscarse sobre si mismo cual perfecto minino, y me posé lentamente en la cama, de rodillas.

- Ven aqui, lindo-. Susurré, plegando las alas y materializándolas en mi carne para que no molestasen. Alcé con delicadeza los brazos y lo envolví con ellos, haciendole esconder su cara en mi pecho-. Te echaba de menos.

Reí suavemente al decirle la verdad, y dejé que notase cómo temblaba yo también, antes de volver a encarnar al amante perfecto. Le besé la coronilla, al tiempo que le acariciaba el lomo y suspiraba contra su picuda orejita suavemente, queriendo lamerle con mi aliento.

- ¿Y bien? ¿Por dónde íbamos?

No podía, no podía decirle nada más. No quería un susto igual porque sabía que podía llegar a morirme. Aún más ahora, ya que me había dicho que quería ser mio... Y yo suyo... Y yo, desconsiderado de mi, no le había respondido como se merecía. Me propuse darle lo mejor de mi en adelante, aún más, con mayor ímpetu. Y cuando estuviese preparado... Cuando estuviesemos preparados, se lo diría. Lo confesaría. Y... Que fuese lo que Dios quisiera.

- Yo... También quiero ser tuyo-. Dije, sonrojandome bastante más que antes, pero sin llegar aún a mi máximo, mirándole a los ojos con tremendo amor.

Se dejó abrazar y restregó su rostro contra el pecho del ángel con ternura, con los ojos abiertos y la cara escondida, comenzó a dibujar letras al azar en el pecho del ángel mientras éste le otorgaba sus caricias, soltó un leve ronroneo y se arrimó todo lo que pudo al torso desnudo del ángel.

Al oír su pregunta esperó que él hiciera algo, que llevase la iniciativa. Pero tras escuchar aquella confesión de amor, por llamarlo de alguna forma, lo miró a los ojos y soltó una leve risita encantadora, justo antes de incorporarse ligeramente en la cama, lo justo para alcanzar a besar aquellos labios que tanto deseaba. Sólo un beso fugaz, seguido de un pequeño lametón en los labios y una sonrisa traviesa.

Definitivamente, había decidido olvidarse de su máscara y había decidido ser él mismo por completo delante de aquel ángel, pero sólo delante de él, de ahora en adelante.

Mi corazón, entre sus ronroneos y sus grandes ojos azules, abiertos con alegría; no podía parar de latir en mi pecho con la mísma sintonía de amor hacia él. Estaba seguro de que mi pequeño podía sentirlo latir con fuerza contra las llemas de sus dedos, que dibujaban plácidamente en mi pecho.

Por mi parte, no podía despegar los ojos de su coronilla, así que cuando alzó la mirada nos encontramos sin dilación. Su pequeña carcajada, encantadora y dulce, me sacó una tierna sonrisa y nada más. Nada más, porque sabía que iba a besarme. Sus ojos eran ahora más que nunca el espejo de su alma, y podía leer en ellos como un ávido lector lee su libro favorito.
Lo que no me esperaba, era ese pequeño lametoncito, juguetón sin duda.

- Vale, creo que ya recuerdo por dónde lo dejamos-. Lentamente, tratando de hacerlo con el mayor cariño posible, me recliné hacia delante, dejándole tumbado en mi enorme cama. Y con enorme, me refiero a dos metros y medio por cuatro.

Le sonreí con el mismo cariño, besándole en la frente y en la punta de la nariz, antes de besarle con ganas, empezando a buscar el fuego que provocaba su lengua y su aliento en mí. Esa vez encontré también esperanza, no sé aún por qué. Su beso me supo a esperanza.

No quise volver a marcar su pecho con mi boca, por lo que bajé directamente a sus pantalones, y se los retiré con la boca; mordiendo y tirándolos lejos, antes de volver a su boca. Su calor era lo que me hacía tanto echarle de menos. Me abracé a él tratando de no perderme un sólo milímetro de su piel. Le necesitaba.

Calec se dejó tumbar mirándole con una sonrisa pícara, cerró los ojos para recibir aquellos besos en la nariz y en la frente y sonrió a Salazar, antes de dejar que le brindara aquel beso en los labios, el cual disfrutó más de lo que había disfrutado ninguno de los anteriores, porque aquel ángel ya era suyo, lo cogía de la cabeza mientrsa lo besaba, enredando su cabello entre sus dedos, saboreando aquel beso como si fuese el primero.

Sus pantalones le fueron arrebatados, lo cual hizo que se ruborizara, pero llo que de verdad lo hizo ruborizarse fue ver como el ángel se abrazaba a su cintura. Aún así, olvidó la vergüenza y sonrió cálidamente antes de responderle al abrazo, encorvándose para poder alcanzar sus hombros.

-Sa...Ma-Mal'akh.-Dijo entrecortadamente.-Yo...-Cerró los ojos y se concentró.-Quieroquemehagaselamor.-Soltó rápidamente y, continuó con los ojos cerrados, esperando alguna repuesta o temiendo alguna carcajada, pero apretando con fuerza al ángel.

Sentía sus caricias en mí como agua bendita en un recién bautizado en uno de los arroyos sagrados. No eran sólo caricias. No se borraban de mi piel. Las sentía, aún cuando las manos del felino se habían alejado de mi carne en busca de más sitios que bautizar dentro de mi, dentro de sus nuevos dominios donde jugar.

Su cálida sonrisa cruzó su rubor como anuncio del movimiento que efectuó para abrazarme aún más estrechamente si era posible. Acomodé mi cuerpo a su nuevo abrazo, hundiendome en su carne, perdiendome en su aroma. Supe, sin saber cómo, que iba a pronunciar mi nombre, y cerré los ojos con fuerza para grabarlo a fuego en mi memoria. Pero lo que realmente jamás se borrará de ella, fue lo que siguió a mi nombre. Dios. Oh dios.

- Tus deseos, son órdenes para mi-. Susurré, estremeciendome igual que te estremeces cuando oyes un solo de guitarra complicado y éste sale perfecto. Ni una nota fuera de lugar. Ni un sólo corazón sin consolar-. Pero antes, sólo una cosa. Adoro mi nombre en tus labios. De ahora en adelante, será sólo tuyo. Seré sólo tuyo.... Calec...

No abrí los ojos. No me era necesario. Conocería el cuerpo del joven sin necesidad del sentido de la vista. Mis manos y mi boca bastarían. Por lo que, deshaciendo el abrazo lentamente, acaricié cada centímetro de su torso al tiempo que besaba con lentitud. Quería hacerlo bien. Tenía que hacerlo bien. Por él. Todo se reducía a eso.

- Dime qué te gusta, y qué no. Indicame tu camino con gemidos y suspiros. Lo seguiré, y te complaceré como nunca antes-. Susurré, contra su caliente piel, sin poder dejar de besarle. Con la misma lentitud y seguridad que tiene el fuego del hogar que nunca se apaga, comencé a deslizarme por su cuello hacia el camino del placer.

Calec escuchó sus palabras con una sonrisa, su nombre sonaba tremendamente bien cuando salía de la boca de aquel ángel, relajó levemente el abrazo, se sentía tranquilo al oír aquello, sería solo suyo. Pensó en añadir algo a sus palabras, pero ya estaba todo dicho, ya sabía que deseaba ser suyo y que él le perteneciera, así que no vio necesario decir nada más.

Entonces comenzó a desprenderse de él, así que él también fue aflojando el abrazo hasta haberlo soltado por completo. Se estremeció ante sus caricias, dada su excitación, a poco que le tocase ya sentía un gran placer, pero lo que realmente consiguió que su corazón aumentase considerablemente su pulso, fueron aquellas palabras.

Otro gemido se le escapó al llegar a su cuello, necesitaba hacer algo, no podía aguantar más su deseo de tocarle, de desnudarle por completo, por lo que colocó sus manos en la espalda de Salazar y comenzó a bajar hasta llegar a su ropa interior, donde introdujo las manos, nervioso .
-Te deseo.-Susurró con dificultad.

Permitió que descubriese su cuerpo poco a poco, y se me pasó por la cabeza la imagen que debía de darle ahora mismo. Por cada estremecimiento suyo yo suspiraba, por cada pequeño gemido mis suaves gruñidos respondían como si se tratase de una llamada ancestral y animal. Veneraba su cuerpo como un creyente venera los versos que le llevan a Dios, como un soldado que escucha el sermón alentador de su capitán, como un pirata que siente en el oleaje la presencia de un barco con botín.

Sus manos viajaron trémulas e inseguras por mi espalda, deslizándose bajo la única y pequeña prenda que me restaba ya. Notaba su nerviosismo, y trataba de calmarle suavemente con caricias y paciencia. Pero su voz, clamando que me deseaba, fue demasiado. Apreté la mandíbula tragando fuerte, recordandome sin parar que debía de ser perfecto. Para él. Por él. Su primera vez habría de serlo, o no me lo perdonaría nunca.

No sabía si era eso lo que deseaba, pero le ayudé a quitarme el boxer blanco; y esperé sonrojado a ver su reacción sin dejar de amarle lentamente. No me importaba que me viese tal y como se me concibió, sabía que no encontraría defecto alguno en mi anatomía. Pero, aún así, me sonrojé por si no le gustaba. ¿Seguiría tan seguro ahora que sabía a lo... que se enfrentaba? Por supuesto, prepararía con tiento sus dulces carnes... Pero aún así le dolería, siempre duele...

- ¿Te gusta lo que ves, pequeño?-. Pregunté, realmente preocupado, mi erección era épica, y por su culpa.

La cara de Calec se tornó completamente roja y escondió su rostro, o parte de él, con una de sus manos mientras desviaba la mirada de aquella erección tan llamativa. No sabía qué decir, ¿Debía decir que le gustaba lo que veía? estaba muerto de vergüenza ante aquella imagen.

-Su...pongo.-Dijo, respondiendo a la respuesta del ángel.-Esto es nuevo para mí.-Dijo tímidamente, aún sin mirarle.-No sé qué debo hacer...-Lo miró de reojo, intentando ver su cara, pero sólo pudo ver sus facultades al aire y volvió a desviar la mirada. Todo el cuerpo le temblaba, empezó a pensar en lo que ocurriría de un momento a otro, él también se debería desnudar por completo, y...

Entonces al gato se le fundieron los plomos-Bueno, sólo se avergonzó mucho.-Se tumbó en la cama boca abajo, tapando su cara con las sabanas.

-Me da vergüenza mirarte...eres...eres.-Lo dijo con tal tono que parecía de desprecio, parecía que estaba a punto de soltarle la palabra más hiriente que se le ocurriría.-Eres demasiado hermoso...-Concluyó, con un tono más calmado, sin separar su cara de las sabanas.

Tras ruborizarse cual amapola, se negó parcialmente la vista, antes de desviar la mirada. Paciencia y amor eran la única solución para la verguenza que todos sufríamos al principio. ¿U os creeis que yo nací sabiendo?
Dejé que terminase de asimilar lo que mi desnudez implicaba, antes de acercarme de nuevo a él. Temblaba todo él, tumbado boca abajo y refugiado al tener la cara enterrada en las sábanas.

Lentamente, llevé una de mis manos a su cabecita y le acaricié hasta el final de la cola tratando de hacerle relajarse al menos para que fuese capaz de mirarme a la cara.
- ¿Sabes, pequeño?-. suspiré, con una sonrisa suavísima como ninguna otra antes-. No es necesario que pases por esto si no quieres. Yo lo hago porque deseo que sepas cuanto te quiero, sin palabras. Es tan sólo una manera de hacerte entender cuanto te aprecio, hasta qué punto significas para mí. Pero, si no estás preparado, si no lo deseas, puedo esperarte. Eternamente, si lo deseas. Haré lo que te haga más feliz, ahora y siempre...

Necesitaría una larga y muy fría ducha para poder resistir a su lado, pero no me importaría en lo más mínimo.